El mundo en una magdalena

Publicado el 2 de diciembre de 2025, 17:52

La novela más larga jamás escrita, según el Libro Guinness de los Récords, es En busca del tiempo perdido, del autor Marcel Proust.

Hoy quiero hablarte de ella, pero no porque tenga 1.267.069 palabras ni más de 3.000 páginas, sino por un episodio fascinante al comienzo de la obra que abrió nuevas puertas a la psicología en el ámbito de la conciencia y la autopercepción.

Y porque es un episodio… muy tierno. Muy dulce, diría también.

Se trata de una de las novelas más importantes del siglo XX y desarrolla magistralmente el concepto de “memoria involuntaria”.

 

La magdalena de Proust y la memoria involuntaria

Proust describe cómo, un día estaba tomando un té, al mojar una magdalena en él y probarla, un sabor aparentemente trivial despertó en él un recuerdo vívido de su infancia en Combray.
Ese gesto cotidiano desató un torrente de memorias dormidas, demostrando que el pasado puede resurgir gracias a un estímulo sensorial.

A diferencia de la “memoria voluntaria”, que exige un esfuerzo consciente para recordar, la “memoria involuntaria” surge de forma espontánea, desencadenada por un olor, un sabor o un sonido, y puede traer consigo recuerdos intensos y detallados que creíamos olvidados.

Esta idea inspiró a Ignacio Pillonetto —autor argentino especializado en mitología, manga y cultura pop— a llevar el concepto a una curiosa comprobación personal.

¿Qué hizo?

Decidió leer El Hobbit, de J. R. R. Tolkien de una manera un tanto singular. Durante el tiempo que pasaba leyendo, siempre tuvo a su lado una magdalena recién horneada. Quiso crear una conexión real entre el acto de leer y el olfato.

¿Resultado?

Al escritor de De cazadores y demonios, El Hobbit siempre le trajo recuerdos dulces y placenteros como la magdalena; y una magdalena siempre le transportó a lugares mágicos como los descritos por El Hobbit.

La memoria sensorial en primera persona

Sin necesidad de experimentos científicos, yo mismo puedo regresar a mi mini-yo de ocho o diez años, leyendo cómics de Astérix, Mortadelo, Superlópez o Las aventuras de los cinco, simplemente con ver esos colores suyos de marca personal, o percibir un olor asociado a aquella época.

Cuando un recuerdo sensorial me transporta al niño que fui, pienso en los niños y adolescentes que hoy están creando sus propias conexiones, sin saber todavía cuánto significarán en su futuro.

¡Cuánto bien les estará haciendo lo que ahora mismo están hojeando, oliendo, escuchando y leyendo!

Quizás por eso siempre sigo de cerca el mercado del libro infantil y juvenil. Estoy convencido de que vincular emociones a historias concretas contribuye a formar el tipo de adulto que llegarán a ser.

Lo que lean ahora volverá a ellos en forma de habilidad, reflexión, creatividad o valores.

Y si además de crear conexión lectora, se crea conexión escritora o creativa, el vínculo es aún más profundo.

Por ejemplo, cada vez que paso por un rincón concreto del Parque de Tonbridge, bajo una luz determinada, recuerdo el día en que nació la idea original de Hoja de caer. Y mira, ya está ahí fuera incluso su versión inglesa: Falling Leaf.

Lo mismo me pasa cuando viene una ráfaga de viento del sur y trae ese olor tan característico del río que dio origen —un 10 de mayo exacto— al libro Cuentos del Medway.

O cuando una caminata entre molinos, en una mañana fría y soleada de invierno por Campo de Cripatana, me trae el momento preciso —22 de diciembre— en que se gestó Jim & Tina y el trébol de cuatro hojas. A lo lejos sonaba Malamente de Rosalía, y cada vez que la escucho, me transporta al origen de esa novela infantil ilustrada.

Esas conexiones son profundísimas.

Tendencias lectoras y memoria emocional

Hoy siguen siendo tendencia las sagas de aventura y misterio —como Los Buscapistas— porque a los niños entre 7 y 10 años les encanta resolver enigmas y sentirse parte de la historia.
Tres niños tristes y medio unicornio (Beatriz Giménez de Ory) o Feriopolis (Ledicia Costas) están en pleno auge.

¿Recuerdas los libros en los que podías elegir qué sucedía en la historia pasando a una u otra página? Pues bien: están resurgiendo.

La fantasía y la magia —como en Magic Animals de Anna Kadabra— siguen conquistando corazones. Nunca se han ido. Y probablemente serán la puerta de entrada a Harry Potter unos años más tarde.

El humor también pisa fuerte: Los Futbolísimos, El Capitán Calzoncillos, Diario de Greg… ¿Quién no disfruta viendo a personajes meterse en líos?

Y aunque tengo mis reservas sobre la literatura de valores y emociones —lo he dicho otras veces— lo cierto es que libros como ¿De qué color es un beso?, El monstruo de colores o La divertida vida de las mascotas siguen en lo más alto del ránking, trabajando autoestima, empatía y diversidad.

Tampoco puedo olvidarme del mundo ilustrado y del cómic: la novela gráfica sigue siendo reina indiscutible. El soporte visual ayuda enormemente en las primeras lecturas (y, seamos sinceros, también a los adultos).

Me encantan Diario de un unicornio o las sagas de Calatrava, Garido o Gustavo y sus leyendas, que Serendipia Editorial está llevando a los peques con una propuesta estética cuidada y contenido serio.

 

Para terminar

No tengo autoridad moral para pedir que los niños lean todos estos libros mientras comen magdalenas —entre otras cosas, porque lo que es bueno para la memoria puede no serlo tanto para el futuro colesterol—, pero sí creo que un aroma o una música agradable mientras leen puede crear el caldo de cultivo perfecto para que un recuerdo quede asociado a una emoción.

Y eso, a la larga, construye identidad.

¿Te gusta la literatura infantil y juvenil o tienes peques cerca?

Aquí puedes leerme y compartir historias que despiertan la imaginación.


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